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Una anécdota sabrosa / César Valdevenito


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César Valdebenito (Concepción, Chile)

 
  Poeta, narrador, ensayista. Estudió matemáticas en la Universidad de Concepción y al egresar se dedicó por completo a la literatura. En 1997 fundó la revista Difusión. En 1998 publicó el libro de poemas El Jardín (Premio fondos concursables Municipalidad de Concepción). El 2000 fue publicado, su libro objeto, La Muerte de Bukowski. En el 2001 sale a luz su Antología de Poetas Chilenos Jóvenes (Premio a la reedición de las mejores obras publicadas en el año por el Fondo del Libro y la Lectura del Gobierno de Chile). En el 2002 apareció su segundo libro de poemas Urnas o Réquiem a la palabra (Ediciones Lar). Ha sido editor de la revista Quiltro (Premio fondos concursables Universidad de Concepción).Director del polémico y a contracorriente pasquín literario El Amante de la China del Norte. En el año 2004 es premiado por la autoría del CD interactivo Literatura de las Nuevas Fronteras. Ha sido jurado de distintos certámenes literarios a nivel nacional, también director y editor de distintas revistas de arte y literatura. En 2008 es publicada su novela Correcciones Elementales. Continuamente es llamado a dictar charlas y talleres en Instituciones y Fundaciones.      

Una anécdota sabrosa

-relato inédito-


Los años 60 en la ciudad de Concepción fueron un espacio privilegiado dentro de la literatura chilena de aquel entonces. Así lo demuestran las novelas Túneles Morados y Ciudad brumosa de Daniel Belmar, la poesía de Gonzalo Rojas, la revista Arúspice, los Encuentros de escritores chilenos y latinoamericanos de 1958 y 1962, etc. Un amigo de Belmar en un cuaderno de apuntes nos relata una historia que contextualiza muy bien lo que sucedía tras bambalinas literarias en aquella época: Corrían los años 60 y en una pequeña oficina de un edificio no demasiado lejos de la plaza España, Julio Lamas supernumerario del Opus Dei esperaba detrás del deteriorado escritorio. La superficie del escritorio estaba llena de frases escritas; “odio la literatura”, “algunos hombres compran lo que otros odian”, “la poesía es una mierda”. El joven Nicanor Parra se acariciaba una pierna sentado en una silla.
—Empecé a leer Ulises a las cuatro de la tarde y la terminé a las once de la noche- murmuró Parra.
—A las 12:30 —dijo Lamas.
El tiempo se detuvo. Pasaron veinticinco minutos. Cada uno tomó un buen vaso de vino. Sonó un golpe en la puerta.
—Entra —dijo Lamas.
Gonzalo Rojas muy delgado y ya algo calvo entró, hizo el signo de la victoria con los dedos y se sentó. Una espeluznante estrella del grupo mandrágora.
Lamas se levantó de la silla y se inclinó por encima del escritorio, hizo un gesto de dolor al incorporarse y sin mediar aviso se lanzó con todo.
—Eres un ignorante hijo de Perra.
—He, espere, espere…
—¿Quieres ser un héroe, he hijito? ¿Te excitas cuando niñitas del coro de la iglesia te escuchan leer? ¿Te gustan los helados de frutilla? ¡Huevas triste!
—Espere, Lamas… espere…
—Mira huevas triste, cuando te encontré en ese bar no tenías plata para publicar un poema en un miserable libro, no tenías un peso para un vaso de vino… comías rábanos, papas y cebollas… te saqué del agujero y puedo volver a meterte en él… entiendes… ¡en lo que a ti concierne yo soy Dios! ¡Y soy un Dios que no olvida tus estúpidas faltas!...
Se sentó, escuchamos la lluvia que caía sobre la plaza España. Eso, al parecer, le gustaba a Lamas. Parra permanecía inmutable.
—Nene, para mi la poesía es una mierda, pero con tu grupito insultaste a todos mis amigos poetas… ¿Me oyes?
Lamas volvió a pararse y volvió a Sentarse. Gonzalo miró a Lamas.
—Esto nene, es una banda de amigos, no es literatura. No creemos en la gente que haga daño. ¿Entiendes?
Gonzalo estaba allí sentado.
—Te he preguntado, nene, si me he expresado bien.
—Sí, sí…
—Insultaron a Neruda, insultaron a Parra… ¡es nuestro mejor amigo!
—Espere… el juega en el equipo contrario…
—¡Imbécil… todos somos amigos… todos son mis amigos!
—¿Qué son amigos?
—¡Sí, lameculos! Neruda, el flaco Floridor, Quezada todo ese montón de lameculos son mis amigos.
—¡Levántate!-dijo Lamas.
Nicanor los observaba con una sonrisilla. Gonzalo se levantó y cuando Lamas estuvo a un paso de distancia, Lamas le metió una izquierda en la tripa y cuando la cabeza de Gonzalo bajó la enderezó con la derecha. Lamas volvió a sentarse. Nicanor se levantó, se acercó a Gonzalo y con su sonrisa le ofreció un cigarrillo.
—¡Sabemos que Ciudad Brumosa de Belmar es una mierda, pero no podemos gritarlo a los cuatro vientos!, sabemos que muchos de los chistes de Nicanor son una mierda, pero no podemos gritarlo a los cuatro vientos, sabemos que Canto General es un buen panfleto y muy discutible estéticamente, pero no podemos gritarlo a los cuatro vientos… Millán, Floridor, Lara, Quezada son una mierda de poetas, pero no podemos gritarlo a los cuatro vientos… esta es la época de la utopía, estamos en la mistificación de un tiempo glorioso… y por eso debemos jugar roles admirables ante el fervor público… ¡Concepción es la única capital poética de un país! ¡Es difícil entender eso!...

Así termina la anécdota inofensiva del honestísimo amigo de Belmar. Años más tarde de aquel incidente Belmar y su amigo se distanciaron y Belmar publicó una carta en un diario de la época en la cual acusó a su amigo de ambivalente, ambiguo, misterioso. En aquel entonces ya había pasado el encuentro de escritores latinoamericanos de 1962. Y una que otra revista literaria publicaba pura basura. Todas las historias de una época tienen algo en común. Ninguna es completamente satisfactoria, ninguna logra definir un momento de un tiempo con meticulosa exactitud, epigramática, indisputable, siempre hay un insistente y eterno sentido que se escapa entre las manos. Y estoy seguro que parte de ese supuesto pasado glorioso se tejió más tras bambalinas que sobre el escenario. Así recojo esta anécdota del amigo de Belmar, ella nos llega con un mensaje tan antiguo que las brillantes almas literarias de Concepción, impregnadas en sus nueve décimas partes de codicia y ceguera, hipocresía y mala conciencia, furia y miedo, comenzarán a dudar añorantes y movidas por el antiguo recuerdo. D

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