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Libro de College Station / Pablo de Cuba Soria


foto de autor

Pablo de Cuba Soria (Santiago de Cuba, 1980)

 
   Ha publicado dos cuadernos de poesía: De Zaratustra y otros equívocos (Ediciones Extramuros, La Habana, 2003), y El libro del Tío Ez (Ediciones Itinerantes Paradiso, Miami, 2005). Poemas y ensayos suyos han aparecido en varias revistas y publicaciones como Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid), Crítica (México), Intermezzo (Perú), Unión (Cuba), entre otras. Radica en College Station, Texas.

 

Libro de College Station

-fragmentos de la novela inédita del autor-


Si el libro quiere.

Gordo de al lado, en posición buda, mira ensimismado el gris de la tarde. Hilillos de baba abren surcos en su barbilla. Una llovizna pertinaz le da espesor a colchones de hojas secas (tréboles).

A través de las ramas de árboles sin hojas de College Station, justo entre las horquetas, asechan pensamientos. Horizontal en el suelo, bocarriba.

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Cómo iniciar un relato (maquinación de situaciones triviales) que acontece en una ciudad que desconoces y en la que, en uno de sus edificios art decó, avanza (cadencia de pelotón de infantería) un hombre entrado en canas por interminables pasillos casi a oscuras. Cómo, en efecto, darle rienda suelta a tal historia cuyo espacio son tales pasillos ya tantas veces desandados por agónicos anteriores.

Cómo entramar la urdimbre de un relato que acontece en una ciudad en la que, más allá de cualquier estructuración binaria, sus habitantes sudan todo el año y el punto de congelación no renuncia a tensar las articulaciones.

Así, en un asedio de lo común, el hombre de traje gris. Que atraviesa un pasillo con ventanales a ambos lados, empapelados. Así el hombre de traje gris entrado en canas medita acerca de la estructura (disposición) uniforme de los ventanales. Pero no se detiene. Medita y no se detiene. Tal pareciera que una avalancha de lúcidos pensamientos atesta su cabeza. Por ejemplo, aquel que podría estar mirándolo desde el edificio del frente, también art decó, creería que en efecto una avalancha de lúcidos pensamientos atesta la cabeza de su semejante; simplemente porque todo meditabundo representa el simulacro. Pero no se detiene y medita. Y lo que piensa son sandeces.

(Rondar tales edificios nos acercaría, por antonomasia insular, al loco Zequeira. Allí donde la pretensión neoclásica de sombrero sobre cabeza, te vuelve invisible ante los demás, isleños o viceversa. Por ello sus versos logran insertarse, aunque brevemente, en este imaginario de lo frío. Además, palmeras salvajes aquí, tampoco, resultan compatibles con la ventisca.)

El hombre de traje gris dobla hacia la izquierda (giro de pelotón de infantería), donde otro pasillo con ventanales a ambos lados, empapelados, se extiende en la semipenumbra de un bombillo incandescente. Así medita acerca de la función estructural (binaria o no) del bombillo incandescente. Es decir, sandeces.

¿Por qué no lleva corbata?, se pregunta aquel que podría estar mirándolo desde el edificio del frente, también arte decó, tantas veces desandado por agónicos anteriores.

Tales muchachos en el campus tensan la cuerda entre dos árboles, un radio de equilibrio. Como ritual, elevan los brazos 90° con el torso, la mirada fija en el tronco del frente. Uno, dos pasos adelante. Mayoría fracasan en los primeros intentos. Los menos, aquellos que alcanzan un centro, desertan ante semejante peso de estabilidad. Aleteo de pájaros hubo, cuellos torcidos.

El perro beagle de gordos de al lado, Brecht, hace círculos de tiza persiguiéndose la cola.

Traduje libro cuando, en verdad, palabra exacta sería fermentos. La realidad, al menos en College Station, como suma/un todo fermentado con vigas inconexas. O el revés de un plano reinventado. Alcanzar obesidad de las formas. Llega el verano oloroso de zorrillos, chirriar filoso de patinadores.

Justo cuando Madame Roland pidió le al ejecutante pluma de ave cualquiera y pedazo de papel, mocho de lápiz y superficie alguna, el filo de la guillotina penetró la piel ampollada de la nuca. Jamás sabremos la especie a la que correspondían tales pensamientos últimos. Sólo quedó la imagen de un chorro de orine que, según testimonió años después el ejecutante, iba goteando de a poco en ciertas zonas de sus vestiduras, hasta formar charco alrededor del sombrero. El cura, aseguró un presente, se sofocó por erección.

Una orgía gramatical: llenar de signos los páramos de College Station. Uno de gordos de al lado con la cabeza pegada a frecuencia antigua: locutor anuncia la toma de College Station por los bárbaros.

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College Station se llena de fantasmas como cada verano, según cuentan antiguos habitantes de estos páramos. Desandan sedientos bajo lo constante repetido: un sol a rajatablas.

Espirales de tréboles secos formados por un viento leve: lo estático que sostiene a College Station. El fallido intento de otro mínimo de mundo posible.

Días hace que gordo de al lado no se baja de su cama. Teme que al levantarse Brecht lo muerda.

Si el pliegue.

Entre Annex y aparcadero de bicicletas robadas: ojos de búho en palo alto. Ardillas en sintaxis de lengua muerta, al menos descifrable en montones de libros traídos en bueyes. Cinematógrafo en la luz de lámparas de aceite. Maniobrar continuo.

En retretes al fondo de las casas, medianoche en College Station, un refinamiento de lo frío.

En cementerio de College Station, justo al frente de estación de policías, las tumbas, todas, en las tarjas, llevan inscritas el mismo nombre y apellido. Fechas de nacimiento y defunción, a veces, para no levantar sospechas, varían.D
 

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